Sagot :
Érase una vez una joven indígena, tan bella como graciosa, hija de un poderoso cacique de una tribu que vivía en un claro de la selva. La chica, que no pasaba nunca desadvertida, era amada por un guaje de la misma tribu, amor al que ella también correspondía. El joven era apuesto, valiente, un guerrero pero, también, un chiquillo de muy tierno corazón.
Al conocer que su hija amaba y era amada por un chaval que él no creía merecedor de su progenie, el viejo cacique, que también era un poderoso hechicero, decidió acabar con el amor entre los jóvenes del modo más fácil y eficaz. Un día llamó al amante de su hija y, por medio de sus artes mágicas, lo llevó a lo más espeso del bosque en donde acabó con su vida sin miramiento alguno.
A medida que pasaba el tiempo la joven empezó a sospechar del odio de su padre hacia su novio y, harta ya de su ausencia, decidió ir en la búsqueda del hombre que amaba adentrándose en las profundidades de la selva. Allí descubrió los restos de su amante y, llena de dolor, volvió a su casa para increpar a su padre, amenazándolo de que iba a contar a todos el vil asesinato que había perpetrado.
El viejo hechicero, cobarde, decidió acallar a su propia hija transformándole al instante en un ave nocturna para que no pudiera contar el crimen. Pero aunque consiguió que su hija pasara de humana a animal emplumado, no consiguió hacer desaparecer su voz y, convertida ahora en pájaro, la joven emitía con profunda tristeza el lamento por la muerte de su amado.
Desde entonces, cuando uno se adentra en la selva de Bolivia, puede escuchar un llanto triste y débil, capaz de enloquecer a algunos hombres. Es el guajojó, el ave que una vez fue una bella joven enamorada.
7. Leyenda del pueblo guaraní
De acuerdo con la mitología guaraní, tiempo atrás existieron dos hermanos de nombre Tupaete y Aguará-tunpa, dioses de poderes antagónicos. El primero era la personificación del bien y la creación, mientras que el segundo lo era del mal y la destrucción.
Aguará-tunpa, celoso de los poderes de creación de su hermano, decidió quemar todos los campos y bosques en donde habitaban los guaraníes. Para evitar que este pueblo se quedara sin protección, alimento y morada, el buen dios Tupaete recomendó a esta etnia tupí-guaraní que se mudara a los ríos, donde creía que encontraría seguridad. Este plan no funcionó, puesto que Aguará-tunpa decidió hacer que lloviera por toda la región donde vivían los guaraníes a fin de ahogarlos a todos.
Rendido ante el destino que estaban viviendo sus hijos en la tierra, Tupaete les habló francamente: todos iban a morir. Sin embargo, para salvar la raza, mandó a este pueblo que eligieran de entre todos ellos a los dos hijos más fuertes y, con tal de salvarlos de la inminente inundación, los colocó en un mate gigante.
Gracias a esto, los dos hermanos estuvieron protegidos mientras Aguará-tunpa inundó la tierra hasta que creyó extintos a todos los guaraníes, dejando después que los campos se secaran.
Los niños crecieron y salieron de su escondite, sobreviviendo gracias a que se encontraron con Cururu, un sapo gigante que les dio fuego para poder calentarse y cocinar los alimentos. Los niños vivieron protegidos por Tupaete y otros espíritus guaraníes hasta que, una vez adultos, pudieron reproducirse y recuperar su raza.